Prefacio

    Lo primero que se impone al contemplar este frondoso árbol genealógico lamonediano es felicitar a sus autores Luis (de Almendralejo), Flori y Diego (de Lupión) por la gran capacidad de investigación de que han hecho gala, por el rigor científico aplicado a la misma y por haber logrado superar el enorme reto que suponía desarrollar hasta nuestros días la evolución secular de unas raíces plantadas en el siglo XV.
     Entre Francesco Simonetta, primer tronco del árbol hace seis siglos y creador, por traducción idiomática, del apellido Lamoneda, y ese Juan Francisco Calle Lamoneda que apenas acaba de cumplir su primer año de vida, desfilan, o mejor dicho desfilamos, por las diferentes ramas de la «planta» representantes de 19 generaciones que dan fe de la enorme expansión alcanzada por el apellido en España y fuera de ella. De un apellido que va seguido o antecedido, según el caso, por otros que nos merecen el  mismo respeto que el nuestro.
     Otro aspecto atractivo del trabajo es comprobar la modificación que con el tiempo va registrando el apellido, al que primero se le antepone un «De» ; Lamoneda, luego se le separa en La Moneda, o simplemente Moneda y que finalmente queda consagrado democrática y pragmáticamente como Lamoneda.
    La minuciosa revisión del árbol me ha hecho recordar mi primera visita a Begijar, el puebo natal de mi padre y de mis abuelos, donde no conociendo a nadie pregunté a un hombre que pasaba por la calle si sabía de alguien apellidado Lamoneda. «Pues aquí todos se llaman así», me contestó. Luego comprobé que no estaba del todo exagerada su respuesta.
     Ahora, al cabo de muchos años, el árbol me ha confirmado que la prolongación de mi apellido paterno no sólo ha rebasado los estrechos límites de la provincia de Jaén, sino también los de España. Y hay en este punto una curiosa coincidencia: los primeros Lamonedas (o Simonettas) huyeron de Italia a Castilla y Francia por temor a represalias políticas, la misma causa por la que en el siglo XX mi padre y la mayoría de sus hermanos tuvieron que exiliarse en México, país que a través de nosotros cuenta con Lamonedas de nacimiento mexicano. Y de otros, como yo mismo, que recibimos el cariñoso apelativo de «el tío de América».
     En suma, es un árbol frondoso, del que nos sentimos orgullosos y cuyo mérito nunca dejaremos de alabar, pero que implica sin duda para sus autores el compromiso de seguir regándolo con el mismo amor que estamos seguros lo ha inspirado.

        Ramón Lamoneda Izquierdo.    (México)